Por Ivan Redondo, consultor político.
Muy a menudo concuerdan los analistas en que la clase política sufre una situación de descrédito. La fuerte crisis económica, que ya se prolonga durante más de una década y amenaza con hacerse crónica, ha conducido a una fuerte crisis de la política. Los ciudadanos no se fían de sus gobernantes ni de sus representantes, no creen en sus palabras, ni en sus promesas ni en sus programas. Y en ese vacío entre los problemas y las soluciones, se buscan nuevas fórmulas: políticos sin pasado político, empresarios, bufones, técnicos, personajes mediáticos, nuevos sistemas o ningún sistema, utopías o distopías, populismo y rupturismo. Todo lo que parecía imposible en política puede ocurrir, y de hecho ocurre. Los últimos años están tan repletos de cisnes negros que ya parecen la fauna local del ecosistema político.

Cada mercado electoral muestra unos síntomas diferentes, y por tanto los enfoques van a depender del diagnóstico del spin doctor de turno. Un elemento común es la ruptura del mercado, la irrupción de figuras nuevas y la desaparición o reducción que sufren otras tradicionales. La incertidumbre genera incertidumbre en un círculo autodestructivo.

El primer consejo, que sirve tanto para la vida como para la política, es abrir bien los ojos, escuchar con inteligencia y sensibilidad, aguzar los sentidos. Y hacerlo con un sentido amplio del tiempo, sin ignorar los sondeos –la última encuesta es sólo la última apuesta- pero sin darles tampoco un valor inmutable. Reunamos información para entender qué quieren los votantes, porque el mensaje está en la gente. Sólo hay que conectar con él.

¿Cómo traducimos esta premisa en base a la realidad que nos rodea? La experiencia técnica es muy clara sobre cómo afrontar este tipo de retos. La zona de ruptura requiere de políticos comprometidos con su ideología y a la vez con una agenda de reformas compartida que permita construir un «nuevo sentido común de época». Es imprescindible dotar a los ciudadanos de un espacio de constitución política propio y de identidad común, abandonando las rentas de posición a corto y fijando una luz mucho más larga. Hay que explicar a los votantes cuál es el horizonte de expectativa de transformación que se les propone, a izquierda o derecha, para que las capas más dinámicas de la sociedad puedan adaptarse en su conjunto. Ofreciéndoles también una promesa de seguridad con dotación presupuestaria. Sin subestimarles: el votante distingue lo práctico de lo ilusorio si se presenta con unas características que éste reconoce y valora en base a su experiencia política.

¿Y cuáles son esos puntos fuertes? En primer lugar, la novedad es ahora, irónicamente, la vuelta a lo básico en torno a las grandes necesidades de una población sacudida por un cambio de paradigma que ha golpeado sus horizontes vitales. Pero ojo con caer en la imagen de solvencia fría, de gestión económica pura y dura: hay que ser sensible, reconocer errores, responder las preguntas del ciudadano. Los votantes entienden mejor las bondades del diálogo que los políticos, por eso también hay que alejarse de la crítica circular y de la ruptura por la ruptura. Las luces largas sirven para ver lo que el cortoplacismo electoral oculta: las victorias electorales deben estar apoyadas en “una ideología reconocible”, pero la base está en el centro porque siempre es un espacio más amplio por su carácter aspiracional por encima de frentes. La clave es desplazar ese centro a tu causa.

En este tiempo de amplia necesidad de una política renovadora, son siempre más importantes las personas que los partidos. Las encuestas nos muestran periódicamente que vivimos “una política de minuto” con efectos demoscópicos y una volatilidad inédita en nuestra democracia. Por encima de siglas los electores piden un cambio que transforme sus sociedades hacia la participación y la transparencia, pero anclado en un orden y una seguridad. Todos esos elementos han de estar en la propuesta que quiera ser ganadora.

Iván RedondoLicenciado en Humanidades y Comunicación por la Universidad de Deusto, especializado en Información Económica por la Universidad Complutense de Madrid y en Dirección de campañas electorales por la Universidad George Washington. Profesor del Máster en Comunicación Corporativa e Institucional de la Universidad Carlos III, Cremades y Calvo Sotelo y la Escuela de Unidad Editorial. Ha sido consejero autonómico en el Consejo de Gobierno de la Junta de Extremadura y director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. También ha trabajado con éxito para el PSOE, entre otras formaciones políticas. Ha sido asimismo analista político de Antena 3 y del diario El Mundo. Escribe semanalmente en papel en el diario Expansión así como en el blog The War Room del mismo periódico desde el año 2008 sobre política internacional.